20.6.10

Antes que nada, agua saneada

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Antes que nada, agua saneada
MULTIMEDIA
En la segunda mitad del siglo XIX una Europa que se industrializaba, un poco más tarde en España, atraía hacia las minas, metalurgias y grandes industrias a una población que hasta entonces había vivido en el campo, compartiendo sus frutos con los dueños de la tierra. Una vida miserable. En Asturias, un siglo antes, Casal describía magistralmente una enfermedad carencial que coloca a esta región en los libros de medicina: la pelagra. La contraían los campesinos pobres, que eran casi todos, porque en su alimentación apenas había otra cosa que maíz. La oferta de un trabajo remunerado, aunque fuera mal pagado y en condiciones brutales, era una oportunidad para los jóvenes y no tan jóvenes. Entonces todavía no había grandes ciudades, Oviedo contaba con menos de 10.000 habitantes. El fenómeno de la urbanización en Occidente es del siglo XIX y principios del XX, como ahora ocurre en los países que se desarrollan.

Llegaban con sus manos acostumbradas al duro trabajo del campo, para cambiar su fuerza por unas monedas. Máquinas que movían otros mecanismos, y como tales los veían los planificadores. Si alguna vez se ocupaban de su salud no les movía otro objetivo que el de mantener el cuerpo en buen funcionamiento. En la mayoría de las empresas del siglo XXI del mundo occidental, y muchas de los países menos desarrollados, ya no se cambia la energía física por salario, se pide inteligencia, información, voluntad y capacidad de decisión: talento. Ahora se explota la mente, el mejor empresario es el que logra alinear los objetivos de cada individuo, sus aspiraciones, con las de su empresa. Si bien es verdad que una buena empresa es la que permite que cada miembro realice su proyecto personal, algunos filósofos denuncian esta sutil colonización de la mente.

La experiencia del siglo XIX y principios del XX puede ser útil para los países que ahora se industrializan. Ellos, como antes nosotros, también atraen a los campesinos que se hacinan en ciudades inmensas. En esas condiciones, la enfermedad encuentra un excelente caldo de cultivo. Deberíamos colaborar a que no repitan nuestros errores.

Los análisis realizados en el último cuarto del siglo XX sobre la evolución de la mortalidad nos mostraban dos cosas: un descenso rápido en la primera mitad, hasta llegar a dividirse por dos, y una menor influencia de los grandes avances tecnológicos. Con análisis de trazo grueso se concluía que las impresionantes mejoras en las condiciones de vida, más que las intervenciones médicas, eran las artífices del cambio. Ahora les toca a los países que viven ese proceso. Allí aún el trabajo es duro, en condiciones poco seguras, los salarios insuficientes, la alimentación inadecuada, la vivienda insalubre y la asistencia sanitaria pobre. De todos estos condicionantes de la salud, cuáles son los que más contribuyen, dónde poner el énfasis. ¿Es la nutrición?, ¿es la salud pública a través del saneamiento ambiental y la seguridad alimentaria?, ¿es la educación que a través del comportamiento se asocia a la mortalidad materno-infantil?

A principios del siglo XX, el 45% de las muertes en los países occidentales eran infecciosas, en 1936 eran sólo el 18%. Antes de que Koch demostrara que un bacilo producía la tuberculosis, la teoría dominante para explicar tanta mortandad en la segunda mitad del XIX era la miasmática: vapores y venenos de olor ofensivo. Porque eso percibían: un ambiente pútrido. Entonces las aguas residuales circulaban por el medio de la calle y el agua de bebida se tomaba de ríos y fuentes contaminadas por ellas. Pero lo que percibían era el olor, por eso empezaron a tratar los desechos urbanos y al comprobar que mejoraba la salud confirmaron su teoría. Y es que ese tratamiento, aunque elemental, protegía en parte el agua de bebida, la fuente más importante de transmisión de enfermedad en ese momento. Ahora ya lo sabemos, además se puede demostrar, de manera indirecta, cuánto la filtración y cloración del agua contribuyó al descenso de la mortalidad. Basta examinar su evolución y observar cómo se modificó cuando las ciudades empezaron a suministrar agua potabilizada. Se puede decir que en la media la mortalidad disminuyó un 13%, la infantil un 50%, la de fiebre tifoidea un 25%. Ahora ya estamos en condiciones de calcular en qué medida el saneamiento del agua de bebida contribuyó a ese descenso de la mortalidad del 30% experimentado en las primeras tres décadas del siglo XX, cuando se empezó a potabilizar. Con todas las reservas de estos análisis que llamamos ecológicos porque examinamos poblaciones y no individuos, se puede decir que prácticamente la mitad de ese éxito se debe al agua limpia. En niños se consiguió así casi tres cuartas partes del éxito.

Esto es muy importante porque proveer agua saneada es posible. Y es barato en comparación con otras estrategias de salud. En tiempos de crisis uno tiene que invertir en los servicios que tengan mejores resultados.

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