22.3.10

El Lobby

MAURICIO FERRER

Entre Temaca y una lágrima

Hay rostros, personas, historias, actitudes, que conmueven. Que tocan tan hondo que uno siente que las lágrimas pueden salirse en cualquier momento. Que a pesar del ritmo ajetreado de la vida, los problemas económicos, las relaciones interpersonales, el ir y venir del diario trabajar, hacen que uno haga un alto para darse cuenta que a pesar de todo, no ha perdido uno el sentido de humanidad, con todo y lo que implique ser un humano en toda su integridad, con lo erróneo o lo correcto de las acciones que uno decide, con virtudes y defectos que nos adornan la vida.

Es el caso de Temaca. Más allá de la presencia del fin de semana de Andrés Manuel López Obrador en el sitio donde la Conagua y el gobierno estatal pretenden erigir el caprichoso proyecto de la presa El Zapotillo; más que la lucha que los habitantes del sitio lleven a cabo para que no los separen de sus muertos y su historia; más allá de la belleza del lugar, lo que más me conmovió fue la banda de viento de Temacapulín.

Jóvenes ellos, ellas, de edades que van desde la niñez hasta la adolescencia casi llegando a la adultez, movieron no sé qué cosas desde adentro de mis tripas que las ganas de llorar no faltaron. Con sus rasgos indígenas algunos, con sus características mestizas otros, con la multiculturalidad de un pueblo milenario, sus rostros, sonrisas, risas, defectos físicos y demás belleza, uno no puede dejar de preguntarse qué carajos pasará a todos esos jóvenes si El Zapotillo logra sumergir en el recuerdo a Temacapulín.

¿Qué futuro se les puede dar a esos jóvenes? Tan contentos se ven con lo que ellos son, habitantes de Temacapulín, que uno no deja de pensar en que se trata de tremenda injusticia en “aras del desarrollo y la civilización”. Ninguno de ellos pidió nacer en Temacapulín, pero tampoco, ninguno de ellos pidió que se les despojara del hogar al que tanto aman, que hasta una banda de instrumentos de viento y algunas percusiones, tienen como una mera forma de adoración a la tierra que les dio la vida, les ha dado de comer y que ahora, desgraciadamente, puede ofrecerles incluso la muerte.

La mayoría de los habitantes de Temacapulín son ancianos. Los que se han ido, los hijos ausentes, no llegan más allá de Monterrey, Nuevo León. Es tanto el sentido de pertenencia a Temacapulín, en Jalisco, en México, que cruzar el río Bravo no les llama la atención. Solo algunos han emigrado no más allá de San Francisco, porque la tierra les llama, les pesa dejarla.

Los pocos que quedan, en plena edad productiva, no les interesa salirse de ahí. Lo más fácil era dejar un pueblo, fantasma, sepultado bajo las aguas que irán a parar a Guanajuato. Y les importa un bledo las pequeñas casas al estilo Infonavit de cartón, que pretenden las autoridades darles al pie de una barranca en Cañadas de Obregón. Temaca, pasaría de ser un pueblo que tiene que ser intocable de las manos del hombre, a un barrio popular en Cañadas de Obregón, donde sus habitantes se levantarían cada mañana, viendo una gran mancha de agua y recordando que ahí, donde se ve una burbuja, estaba la casa de fulano de tal, y más allá, la de sutano de tal, y luego, el cementerio, y allá el templo, y por allá, el restaurante que acaba de abrir sus puertas, y así, una depresión total. Una casa del tamaño de una caja que sólo podrá envolver eso, una tristeza profunda.

Temaca es un poblado que bien vale la pena ser declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO; si esto sucediese, otra cosa sería. El Zapotillo se iría a inundar a otro lado y las autoridades harían pucheros ante tal declaratoria.

Es triste lo que sucede en Temaca; es triste ver el rostro de la incertidumbre: de esperar a ver en qué momento el pueblo morirá bajo las aguas de El Zapotillo. Pero también es reconfortante el sentido de lucha que sus habitantes muestran. A pesar de todo son guerreros, no han decaído, tienen una misión: salvar a Temaca.

La casa paga

No puede pasar inadvertido en todo el territorio nacional la iniciativa de reforma laboral que los panistas pretenden imponer a la clase trabajadora. Una iniciativa de la que La Jornada ha dado cuenta y que demuestra el envilecimiento de los panistas y el desdén a “los de abajo”. Una reforma que incita a la violación de los derechos laborales y a favorecer al sector patronal. No la pierda de ojo, que es grave el asunto.

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