19.10.09

◗ Entre sombreros y funcionarios: el éxito de Huaxtla

Durante dos días, la sala de ex presidentes municipales de Zapopan se llenó, en su mayoría de sombreros. Sombreros de campesinos que, “aunque no conocemos mucho de esas cuestiones técnicas, la vida nos ha dado sentido común”, según dijo José Casillas, de la comunidad de Ixcatán.

La frase de José, como las de cientos que dijeron esos dos días que estuvieron presentes en aquella sala, sentados ante una grande mesa reluciente y con funcionarios especialistas de la Secretaría de Medio Ambiente, la Procuraduría Estatal para la Protección al Ambiente (Proepa) y del mismo Ayuntamiento de Zapopan, sintetizó lo que el pueblo, víctima de los abusos del poder, ha aprendido a lo largo de la historia.

Y el sentido común, en los hombres de campo, como los que ahí estuvieron sentados representando a las 300 familias que conforman las comunidades de Huaxtla, San Lorenzo, Milpillas, La Soledad, Ixcatán y Mesa de San Juan, es que el agua que corre por el río La Soledad y el arroyo grande de Milpillas, un día dejó de estar apta para beberse y fue tornándose de un color que ellos y sus ancestros nunca antes habían visto. Que una mañana, los animales tomaron de ese líquido color ocre y se pusieron patas pa’rriba. Que las enfermedades respiratorias empezaron a ser más frecuentes al igual que las gastrointestinales, de manera sospechosa en un ambiente donde los árboles y el verde son lo único que se ve a la redonda.

Y para ello, no hacía falta que un alcalde de ciudad, como el panista Juan Sánchez Aldana, fuera a decirles el martes pasado que esa agüita es “normal”. Esa “agüita” no era más que los lixiviados de los basureros de Picachos y Hasar’s, ubicados en la carretera que va de Guadalajara a Ocotlán y que ha sido causante de las penurias de las comunidades mencionadas desde hace algunos años. Porque antes, mucho antes, no pasaba nada de eso: los niños de ahí tomaban agua, los animales también, el líquido era cristalino y de las enfermedades, pues sólo las comunes.

El martes, ante la insistencia de meses atrás para que alguien del Ayuntamiento, y de las instancias correspondientes, fuera a hacer algo más que un mero trámite de oficina, los habitantes de estas comunidades cerraron los rellenos sanitarios. Y ahora sí, los voltearon a ver. Y cómo no, si cada día Zapopan vierte ahí 2 mil toneladas de basura. Y ahora, en dónde depositarla. Y además, cómo pagar tanto cada día. Y más, un día después de la Romería, en la que abundó la basura tras la comilona y el festejo.

La acción de los habitantes fue un acto valiente… y peligroso; sobre todo en un estado donde la represión es la cura para todos los males sociales.

Pero no les importó. El garrote igual te marca por unos días; la contaminación, los lixiviados, el olor a podrido en el aire, ésos se quedan por años. Y tenían que hacer algo. Más por hartazgo que por otra cosa.

Ante el cierre que hicieron en el acceso que da a los dos basureros, el alcalde Sánchez Aldana se apresuró a llegar para encontrar un acuerdo. Y no lo encontró. Como tampoco los empleados de Proepa que, al final, ya hasta eran parte de la manifestación, pues se les veía como en casa, charlando y cenando con los comuneros de la zona.

Los de sombrero lograron la instalación de una mesa de diálogo que inició el miércoles y finalizó el jueves pasado. Fueron cerca de 12 horas, divididas en las dos sesiones, en las que los afectados debatieron punto por punto las cláusulas de un acuerdo en el que ellos se comprometieron a retirar el plantón.

“Ustedes ya se van, pero nosotros seguimos ahí”, dijo Casillas ante la reticencia de los funcionarios de aceptar cada una de las peticiones de los de sombrero.

Y no pidieron dinero: lo dejaron claro desde un principio. Tampoco una gran serie de infraestructuras: caminos tienen, escuelas tienen, terrenos donaron para la creación de centros de salud. Sólo pidieron algo de equipo, que haya médicos, maestros que impartan clases, que los burócratas respondan rápido para sacar del botiquín los antídotos para alacranes, etcétera, etcétera, etcétera.

Lo que queda claro con todo esto es que los habitantes ni siquiera pidieron un quinto, que incluso, les correspondería, lo único que pidieron es que no se olviden de ello.

¿Cuántas comunidades como Ixcatán, Huaxtla, San Lorenzo, Milpillas, La Soledad y Mesa de San Juan están en el olvido en México y en Jalisco? En el olvido, tanto de los gobiernos como de los hombres de la ciudad que a veces, por el intelecto, el ego, o la tecnología, nos sentimos por encima de los sombreros.

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