5.3.08

El río Santiago, lo absurdo y el gato invisible sobre la silla

MARIO EDGAR LÓPEZ RAMÍREZ

El tratamiento público que el gobierno de Jalisco ha dado al caso del niño Miguel Angel López Rocha y su muerte relacionada con la contaminación del río Santiago, ha sido una verdadera demostración de cómo lo absurdo es capaz de transformarse en un argumento de Estado. Como lo señala el diccionario: lo absurdo es todo aquello repugnante a la razón y contrario al sentido común. ¿Cómo es entonces que lo absurdo puede convertirse en un argumento creíble?, hay por lo menos una condición: que las explicaciones y los discursos inconsistentes, irrazonables y descabellados de la clase política estén suficientemente revestidos de un lenguaje técnico y científico, el cual les dé apariencia de objetividad y racionalidad. Esta relación entre lo absurdo combinado con una aparente objetividad científica, es toda una tecnología del poder, es decir, es un método intencionado, que no sólo se manifiesta en el caso del río Santiago en concreto, sino que atraviesa a diversos conflictos ambientales a nivel regional e incluso global: ante la depredación del medio ambiente, los poderosos hacen que los expertos justifiquen su irresponsabilidad ecológica.

En el caso de Miguel Angel, dicha condición se ha cumplido a cabalidad. Los datos, las cifras, las investigaciones científicas y las declaraciones de los expertos oficiales –salvo honrosas excepciones– han trabajado, en primer lugar, para disfrazar lo que hay de fondo, es decir: la existencia de una grave contaminación ambiental vinculada a la industria, la cual acerca a las poblaciones de Juanacatlán y El Salto a una especie de lento genocidio. Asimismo, la voz oficial de los expertos ha colaborado para diluir la responsabilidad directa, que en la situación del río tienen las autoridades federales y estatales en materia ambiental: no hay estudios suficientes, nos dicen, para demostrar la presencia de metales pesados en el río y esto equivale a decir que, por lo tanto, no existe contaminación por metales pesados. Por otra parte, cuando se manipulan las escalas de análisis científico, se forman verdaderas piezas de la demagogia: desde una escala de análisis urbano, no señalan, todos contribuimos a contaminar el río, por lo que la conclusión que se desprende es que todos somos culpables de la muerte de Miguel Angel. Lo que equivale a decir que nadie tiene la culpa. Y qué alivio da este argumento absurdo a los verdaderos responsables.

Lo absurdo como estrategia pública del poder es una práctica perversa, esencialmente maligna, porque corrompe la verdad de una manera cínica, no por ignorancia, sino de una forma totalmente deliberada. El juego es el del típico sofismo del gato invisible echado en la silla. El poder nos dice: “si hubiera un gato invisible en esa silla, la silla se vería vacía; pero si la silla se ve vacía, por lo tanto hay un gato invisible en ella”, en conclusión: todos los que no ven un gato invisible en la silla están equivocados. “Ahora bien”, continúa el poder, “si usted está en desacuerdo con que hay un gato invisible en nuestra silla, pruebe científicamente lo contrario”. Como la prueba irrefutable de que no hay un gato invisible en la silla es precisamente que no se ve; pero el hecho de que no se vea el gato es también la prueba irrefutable de que sí está en la silla, entonces la falta de evidencia se constituye en la principal evidencia. Así, los poderosos nos venden la cantidad de argumentos absurdos e irrefutables que se les antoja.

En una ilustrativa nota del reportero Jorge Covarruvias de La Jornada Jalisco, el jueves 21 de febrero de este año –es decir, antes de que el gobierno diera a conocer su posición oficial–, se estampa, casi de manera magistral, una pieza de lo absurdo que busca justificarse en pruebas científicas e investigaciones hechas por los expertos. Señala dicha nota que “el presidente del Consejo de Cámaras Industriales de Jalisco (CCIJ), Javier Gutiérrez Treviño, se dijo dispuesto a beber un buche de agua del río Santiago para demostrar que este líquido no está lleno de veneno, y que tampoco fue la causa de la muerte de Miguel Angel López Rocha”. El buche de agua es la prueba absurda e irrefutable, pero sólo está en el discurso, tal como el gato invisible echado en la silla. “Esa agua no está tan contaminada como están satanizando aunque venga de México y venga de donde venga, aquí el problema es político, a nosotros como iniciativa privada nos molesta demasiado. Nosotros estamos viendo que la tendencia es estar molestando para que no se construya Arcediano. Estamos totalmente en contra de eso”. “Pero se murió un niño”, dice el reportero. “Sí pero vamos a ver los… todavía según sé… todavía no está la autopsia al 100 por ciento”, afirma el industrial. “Pero el gobernador reconoció que la causa fue la contaminación”, insiste el reportero. “Yo creo que no eh… creo que por ahí hay unas investigaciones que vamos a sorprenderlos, no les quiero decir porque, no quiero”, concluye el empresario.

A este ejemplo del gato invisible se le pueden agregar otras declaraciones para la colección perversa de lo absurdo, que han sido expresadas por nuestra clase gobernante, entre otras: “vamos a desviar el río”, “el niño sufría de violencia intrafamiliar por parte de la madre”, “la culpa por la presencia de arsénico en el agua la tiene una hierba que crece a la orilla del río”, “Miguel Angel murió por un golpe en la cabeza”, “vamos a entubar el río”, “el menor consumía drogas”. En ninguno de los argumentos se aborda directamente el problema de la contaminación industrial del agua, en todas está detrás la justificación de algún estudio, de algún experto, de alguna institución científica. Lo absurdo reina, aunque el sentido común nos podría dar la respuesta: el agua es vida, pero el agua del río Santiago no es capaz de contener ninguna forma de vida, es un río muerto, por lo tanto lleva agua que produce muerte.

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