16.2.08

“El niño tuvo que morir para salvar otras vidas”, sentencia la abuela de Miguel Angel


Ve a verlo, se ve bien guapo, murió como un angelito”, dijo la madre del menor a una reportera


Cerca de 300 vecinos de Miguel Angel se manifestaron en Palacio de Gobierno y el Congreso local para exigir que se resuelva el problema de contaminación en el río Santiago Foto: HECTOR JESUS HERNANDEZ “El niño murió para que se salvaran otras vidas”, fue el consuelo que encontró la abuela de Miguel Angel López Rocha, el menor de 8 años que falleció la tarde del pasado miércoles a causa de una intoxicación por arsénico luego de haber caído al río Santiago en enero pasado.

Las palabras de la abuela del menor fueron para otros que la acompañaron a ella, a los padres y a los hermanos de Miguel Angel, durante el velorio del pequeño ayer, desde las 10 de la mañana, en una diminuta vivienda de 28 metros cuadrados de la colonia Bonito Jalisco, en la localidad de La Azucena, del municipio de El Salto.

Al fondo de cuatro paredes de cemento, el féretro blanco del niño. Un vidrio dejaba ver su rostro, de dimensiones infantiles: una nariz respingada –igual a la de su madre–, cabello negro, piel morena. El cristal no se empañaba debido al paro cardiorrespiratorio, la falla múltiple orgánica y la intoxicación por arsénico, las causas de la muerte del infante, de acuerdo con la información oficial del Hospital General de Occidente (HGO), en el que Miguel Angel se debatió en una delgada línea entre la vida y la muerte por 19 días en estado de coma.

“Ve a verlo, se ve bien guapo, murió como un angelito”, le dijo María del Carmen Rocha, la madre del niño, a una reportera. Sí, un niño bello. La gama de metales como cromo, cobalto, mercurio, zinc y arsénico que registró un estudio de la Comisión Estatal del Agua (CEA) y la Universidad de Guadalajara (UdeG) en 2004 no pudieron acabar con su belleza infantil.

Llantos, rezos, un tutor destrozado, una madre a la que le flaqueaban las piernas. Una comunidad enojada, que decidió hacer una caravana compuesta de 300 vecinos del pequeño hacia el centro de Guadalajara. Un grupo de personas que conviven entre el hedor del huevo podrido del ácido sulfhídrico y un río al que hace casi 40 años todavía añoran: “antes, todo esto eran manglares y en ocasiones se daban unas sandiotas”, comentó Enrique Encizo, de la asociación Un Salto de Vida.

Esos cuadros no los pudo registrar la televisión. Ayer sí. Ayer, una televisora de cadena nacional arribó a la casa de Miguel Angel en medio de un cuadro de desesperanza. A los pocos minutos llegó el presidente municipal de El Salto, el priísta Joel González. Una cámara tomaba al menor que yacía sin saber que iba a salir en cadena nacional. Una mediana corona de flores con un cintillo: “H. Ayuntamiento de El Salto”, fue entregada a los familiares. Un alcalde que afuera, en la calle, dialogaba con los vecinos sobre la problemática del lugar mientras era captado por la lente de la televisión. Unos policías que resguardaban a su jefe y que no respondían ante los primeros llamados de auxilio por el estado de inconciencia en el que iba cayendo la madre del pequeño.

Así fue el día de ayer, el primero en su vida sin su pequeño, de María.

Así fue el día de ayer, en el que la muerte de un menor conjuntó a cerca de 300 habitantes de El Salto y Juanacatlán.

Desde temprana hora, un primer camión ya estaba lleno. La mayoría, niños. Entre un mes hasta cuando se deja de ser niños. Que corrían, que gritaban, que se entristecían ante la pérdida de su amigo.

Felipe, uno de ellos, había estado con él “cuando unos niños más grandes lo empujaron” y cayó al río. Un juego infantil, una inocencia, una enfermedad que va apareciéndose en sus cortas vidas.

“A éste (Gustavo) ya le salieron unas manchas acá”, dijo el padre del chico. Unos pequeños lunares blancos se asomaban en el rostro de Gustavo, quien apenas, desde septiembre pasado, vive en Bonito Jalisco, donde su padre nunca supo que había un río hasta que el chavo lo descubrió.

Otro camión y otro más. Cerca de las 11 de la mañana, el contingente hacía su aparición afuera del Palacio de Gobierno.

“¡Miguel Angel no murió, el gobierno lo mató!”, coreaban decenas de niños, aguerridos con los cánticos. Un viaje de kilómetros y gasto en el bolsillo de los que viven en casas de 28 metros cuadrados no fue suficiente para que alguien del gobierno del estado los atendiera. Sólo un sello de recibido.

De ahí, al Congreso local, donde las puertas estuvieron cerradas en pleno día del amor y la amistad. Un miembro de la Fundación Lerma-Chapala-Santiago, Esteban de Esesarte, intentó dividir al grupo. El argumento, válido, que a todos corresponde el saneamiento del Santiago. Lo inválido, que nunca se les ha dado la voz a los que lo tienen a 20 metros.

Pero los saltenses y juanacatlenses respondieron: rechazaron la participación de cualquier interés político o de otra índole.

Cuando logró entrar un grupo de afectados, sólo el diputado perredista Enrique Alfaro los atendió. Lamentó la insensibilidad política del Poder Ejecutivo en este caso: “reconozcámoslo, así es el gobernador, se pasa los acuerdos por el arco del triunfo”, dijo.

Y se retiraron sin que nadie les haya dado un pestañeo, siquiera, de una solución.

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